La saliva del mundo me ha roto el cuerpo. Una voz me rasga las partes y una palabra no alcanza. Mañana pesarán más los ecos que acostados vivieron su brevedad, como un viento sin quejas, como un pájaro sombra comiendo problemas ajenos. ¿Quedarán en mis ojos las alas de lo nunca visto?. Llueve, nube, por favor, como en el valle, donde huele a parasiempres enfuturados, a noche bruja y perdida, a calma, como vena de paz y montaña encaramada en ojos fútiles. Vino la polva y me llevó a su vientre, pero no supe estar, mi voz torció luces pequeñas, mis ojos comieron miedo y tuvo que irse lejos. El niño de madera estuvo feliz, sus manitas manejaron la mañana, y jugaron juegos de guerra narrando mentiras preciosas. Mientras tanto, el árbol de aguacate duerme y sueña con una lágrima dormida que sueña con no morir nunca.
Caer es dejar de apretar el tiempo y morir a lo largo. Caigo.
Para que no duela, explota y llueve. Explota y llueve. Que yo sabré mojarme.
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