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El pez que fuma

Respiro y me entra todo lo que quise; un futuro helado, nesciente, justo. Podría vivir en la lluvia por siempre, parece que soy de los pocos que no tiene problemas con ella, la mujer de las aguas, cuando le miro el rostro mis ojos atajan su golpe, la tierra se alza y camina en el aire para ir a visitar a sus primos. Cuando miro, los veo; relámpagos, monstruos que abren sus cortantes ojos verticales, mirándome con delicados tonos, jugando a la noche tras una nube inmensa. Y la noche, ella ruge desde una boca que mis manos no conocen, luz, olas, luna perdida, piedras, vértices. Un aire, dos aires, tres aires, abren sus piernas contra mi pecho y mi cara, más vida entra, más felicidad caminando hacia un pico de la memoria. El sonido de un viaje, el sonido del viento, soplido, silbido, viene montado por un mantel de luz que me cubre el rostro y me descubre la vida, todos me ven y yo digo hola pero sigo mi camino. El monstruo no sabe andar, pisa mal y se cae, su llanto retumba como un Dios de vidrio, sus manos agarran mi suelo y lo quitan de su espacio, y me deja como un pez que fuma silencio cuando el agua es un hastío.

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