Aquellos pájaros
me hilaron las pestañas
llevándome al sur
con su apresura
y cuando allá, yo,
volador intruso
viendo cabezas de sol
sin ojos,
les pregunté
¿pueden llevarme a casa?
Y ellos en V
pitando un viento o dos
arando la tremolina
me dejaron caer
cual mierda blanca
con caída calculada sobre algún hombro.
Y en bajada
mis ojos colgados
disparando azules
a un cielo mayino
como una madre
vieron los negros desórdenes
yéndose,
tan lejos
como yo,
de mí mismo.