Si estuvieras dormida, en vez ida
y la noche fría me esperase,
iría caminando sobre fuego hasta Valera.
A oler la lluvia vieja, con su encanto de techos de latón,
a mirar la montaña,
que por la noche no se distingue de la noche.
A saludar a los vecinos y que me pregunten,
¿dónde estabas?
¿por qué tardaste tanto?
a Abrazar a mis hermanos con pecho de hombre y no de niño,
a abrazar a mis sobrinos con ojos de padre de dos hijos,
a llevar un pedacito de México a mi casa.
Si estuvieras dormida, llegaría a despertarte con un beso en la frente,
llorarías de emoción, temblarías tal vez.
Tu abrazo sería mi más grande hazaña de vida.
Aunque cansada y vieja me darías de comer, velarías mi sueño como siempre, y en la mañana
me dejarías dormir hasta el hartazgo, ofreciendome al despertar esa comida tuya, de tus manos lunares.
Y los días se me pasarían visitando la escuelita de monjas,
la cancha del dos, los puentes, la casa de Ronald,
bebiendo caña con amigos viejos,
buscándome donde me escondí antes de salir de mi casa.
Y por las noches, si fueran de lluvia todas, con suerte,
me comería las gotas como grillo de pueblo.
Si estuvieras en Valera, me iría nadando por el golfo
y bebiendo el caribe hasta el lago de Maracaibo,
y de allí en 2 horas y media por carretera llegaría al valle de las 7 colinas.
Es mi deuda impagable.
Pero.
Ahora ya no estás más, creo que no sé volver.