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Sonidos

Les puse acentos a mis manos
para aplaudir que existes.

El piano está caminando agudo por mis ojos,
me salgo de mí para mirarme.
Me estoy mirando
extrañándote.

Tengo una sonrisa dentro de una cueva
y no se escucha,
pero tiemblo
y hace frío.

Un colchón de calma me empuja la espalda
mientras varias notas paralelas
son un buen noviembre.

El poema se acerca a la sangre para volverla río,
para irse en su corriente,
para hacer latir los ojos,
para viajar en la mirada y chocar contra lo mirado.

Creo que yo soy la sangre
y tú
el poema.

Creo que estoy volando hacia dentro de mí mientras llego a ti,
creo que la vida es esto:
tú y tus ojos,
tú y tus cejas,
tú y tu boca,
tú y lo que me siembras,
yo y lo que me creces.

Creo que la vida es un pedazo de paz
con una tormenta dentro
y tú allí con una mano aplastando incendios.

Tu piano está mostrando su espalda,
sé repentizar la espera de cada tecla.

Vamos a mirarnos del otro lado
y estaremos cerca.
Y es que el lenguaje está torcido,
los cuerpos nos necesitan,
y mas allá de las letras
somos convergencias inevitables.

Tengo una música en los pulmones
sonando como suspiro
color alma.

Somos
fotografías
viviendo
sin ojos.

Llevo las uñas prendidas en fuego
para arañar la calle
que estás pisando,
para que mi fuego te abrase los pies.

Tengo olas de ruido en mis ojos,
no sé mirar la madrugada
sin tener tus ojos como lentes.

Cuando se le acaba la memoria a la hoja,
tengo que nacer nuevo;
rodeado de tinta de hueso,
bañado de tu voz
y
México.

Y es cuando me miro las manos
y nada existe.

Solo tú.